Esperanzas okupadas
 07 Sep 2014 Dani Gago 
Seguramente no sea la mejor, ni la definitiva, pero es una solución. La mayoría de los españoles lo llaman ocupación, pero sus protagonistas prefieren el término recuperación. Llámese como se llame, sigue tratándose de una figura ilegal en España. Hay una diferencia fundamental entre el movimiento okupa clásico y la Obra Social puesta en marcha por los movimientos sociales que trabajan a lo largo y ancho del Estado español por el derecho a una vivienda digna: los que ocupan, en este caso, no lo hacen tanto por ideología como por necesidad. La mayoría no formaba parte de movimientos sociales o asociaciones políticas antes de la llegada de la crisis económica. Sin embargo, los proyectos que están demostrando mejor funcionamiento son aquellos en los que los perfiles son más heterogéneos. La Obra Social -llamada así en una referencia irónica a la estrategia de Responsabilidad Social Corporativa de la entidad financiera La Caixa- ha realojado a 1.180 personas desde que se pusiera en marcha, en julio de 2013. El objetivo de colectivos como la Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH), o los grupos de Vivienda que nacieron en los barrios de toda España tras el estallido del movimiento 15M, es conseguir que los ciudadanos no sean echados de la casa en la que viven. A cambio, proponen la dación en pago y la negociación de un alquiler social con el banco, en base al cual cada familia pagaría el 30% de sus ingresos. Sin embargo, en 2013 se ejecutaron en España una media de 185 desahucios diarios, según datos del Consejo General del Poder Judicial. La Obra Social fue la solución que la PAH se sacó de la chistera para evitar que quienes, habiendo sido expulsados de sus viviendas, carecían de redes familiares o sociales que pudieran ayudarles, cayeran en la exclusión social. La Manuela, Las Leonas y La Cava son tres edificios recuperados en pleno centro de Madrid. El más antiguo, La Manuela, recibió una orden de desalojo con medida cautelar 6 meses después de haber nacido, a pesar de que las partes hubieran mantenido un diálogo permanente desde el principio. “Dentro de la campaña de la Obra Social se contempla siempre la negociación, pero en esta ocasión, sorprendentemente, fueron ellos mismos Caixabank] quienes tomaron la iniciativa”, asegura Ander Contel, un trabajador social reconvertido por obligación en teleoperador de una multinacional de telefonía. “Me quedé en paro en verano de 2012”, explica Ander, que asegura que se decidió a ocupar “tras un primer año buscando empleo, viendo la situación del mercado laboral y la precariedad de los puestos a los que podía optar”. Un par de meses antes de saber que la caixa les concedería el alquiler social, Ander mostraba incertidumbre ante la posibilidad de que la orden de desalojo se hiciera efectiva, pero aseguraba que “también la tenía antes por saber si iba a poder pagar el alquiler el mes siguiente”. Vecina de Ander es Claudia Solano. Compagina los estudios de psicología con los de teatro y, desde hace unos meses, con “la lucha por el alquiler social de los compañeros”. Recuerda como primer acercamiento a la cultura okupa una explicación de un profesor en el colegio. “Nos contó que iban a desalojar la casa de la juventud de mi pueblo, Estella, y así, de niña, caí en la cuenta de que no me parecía justo que no existiera un espacio disponible para los jóvenes”. Años después llegaron las tasas universitarias y la imposibilidad de afrontar un alquiler sin pedir ayuda a sus padres. Se enteró entonces del proyecto de Obra Social puesto en marcha en Madrid, y decidió sumarse por ser éste algo distinto de “la clásica ocupación, y porque había mucho trabajo por hacer”. Claudia valora muy positivamente la presencia de “muchas mujeres y de gente muy diversa” y asegura que en La Manuela intentan trabajar siempre desde la empatía. “Por supuesto hay rifirrafes, como en todas partes, pero los resolvemos sin rencor y al final esos conflictos son el pegamento que nos une”. La diversidad de pe

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