Cambio de año en el campamento de los espartanos de Coca Cola
 01 Jan 2015 Álvaro Minguito 
Fuenlabrada, 2 de enero de 2014. Sea o no 2015 el año del cambio, como muchos pronostican, lo que es seguro para los trabajadores de Coca Cola es que este año que acabamos de dejar atrás es el año que cambió sus vidas. Un año que para ellos termina de manera muy distinta a como empezó. El 2 de enero de 2014, el director de relaciones laborales del grupo Coca Cola Iberian Partners, Javier Díaz-Blanco García, dirigía una carta a los representantes legales en la que informaba de que dicho grupo iba a iniciar un procedimiento de despido colectivo que afectaría a unas 1250 personas de la plantilla.    Hoy, estos trabajadores se encuentran a la espera de la ejecución provisional de la sentencia de la Audiencia Nacional por la que los despidos realizados por dicha empresa eran declarados nulos y se exigía la readmisión de los mismos a sus puestos de trabajo. El plazo para ello ha vencido sin producirse tal reincorporación. Es más, desde el pasado 30 de octubre estos trabajadores dejaron de recibir la prestación por desempleo por entenderse incompatible con los salarios que Coca Cola debía empezar a transferirles, salarios que no se han hecho efectivos en ningún momento. La empresa, según informan los representantes de los trabajadores, ha ofrecido trasladarlos a otros centros, algo que consideran inaceptable, amparándose en dicha sentencia.   Así pues, a la espera de solución, transcurren los días en el campamento instalado por los trabajadores desde el comienzo del conflicto en la entrada de la planta embotelladora de Coca Cola en Fuenlabrada (Madrid). Allí acuden, organizados en turnos de mañana, tarde y noche, tal como iban a trabajar hace más de once meses.   Una aldea de irreductibles galos Ni siquiera el 31 de diciembre, esta “aldea de irreductibles galos” descansa. Por la mañana, bajo un sol que suaviza las frías temperaturas, se preparan para recibir el año nuevo organizando la cena y la fiesta que tendrán lugar horas después. Algunos cenarán allí con sus familias, otros en sus casas y después se acercarán a celebrar con sus compañeros hasta la madrugada.   Este campamento, que comenzó hace once meses con tan solo unas tiendas de campaña y algunos palés y maderas, hoy tiene una amplia caseta con techado de madera y un acogedor porche en el que alojan varios sillones y hasta un televisor. El curioso que se adentre en el cuartel general de los “espartanos de Coca Cola” difícilmente podrá imaginar la infraestructura que han podido montar, gracias a la colaboración y el apoyo de miles de personas que les han ido visitando a lo largo de los meses.   Una gran mesa en el centro con los restos de una tortilla de patata recién servida es lo primero que llama la atención al entrar. Al fondo, una encimera con varios fogones y hasta armarios de cocina. A la derecha, dos neveras y un televisor. A la izquierda, un sofá y varias sillas, cerca de una estufa de madera, que mantiene la estancia acogedora y cálida. María, acompañada de su hija de apenas un año de edad, nos saluda. Algún compañero que aparece por allí anima a la niña a cantar. Y ella, con su pequeño puño en alto, comienza a entonar: “Arriba, arriba, todos a luchar”.   Tras las risas, nos explican que “algunos compañeros acababan de ser padres cuando empezó el E.R.E por lo que estos niños se han criado aquí, en el campamento”. Y es que la resistencia de los trabajadores de la planta de Fuenlabrada tiene mucho que ver con el legado que quieren dejar a sus hijos. Para ellos, lo prioritario es que la fábrica vuelva a abrir, que no se destruya todo el empleo actual, casi 600 personas en empleos directos y más de 1.000 en empleos indirectos. Y que algún día dé trabajo a sus hijos y a los hijos de sus hijos. De hecho, muchos de ellos, que por edad habrían salido beneficiados al acogerse a la prejubilación que ofrecía Coca Cola, han preferido aguantar porque son conscientes de que “es pan para hoy y hambre para mañana”.   David contra Go

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